Safari by Alfonso Ussía

Safari by Alfonso Ussía

autor:Alfonso Ussía [Ussía, Alfonso]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2011-12-31T16:00:00+00:00


Matumba y Wuawua salen disparados hacia el pobre paquidermo, cuya carne les vuelve locos. Y, cinco minutos más tarde, más de un centenar de nativos rodean al desdichado bicho y lo dejan en los huesos. Los trofeos, todos bucales, los guarda Hoos como si de un tesoro se tratara.

—Y ahora, a por el cocodrilo —comento sin darme importancia, lo cual ridiculiza aún más a Hoos, empeñado en el peligro y el riesgo, cuando, en realidad, lo más grave que me ha sucedido en el safari, hasta la fecha, ha sido la bofetada del mono a las puertas de mi bungalow.

El río se abre en plácido remanso. Y ahí está tomando el sol un gigantesco cocodrilo. Se había superado la hora de la ginebrita, y aunque Hoos me hace gestos de absoluto desagrado, Tomás conoce mis costumbres. Matumba y Wuawua miran el termo con la ginebra con expresión de toparse con un elixir prohibido. En el vaso de plata que tapona el termo, la ginebra y el hielo. Y unas lonchitas de mojama de Barbate, que Hoos rechaza con un movimiento brusco. Me susurra:

—¿Ya ha terminado el marqués su aperitivo?

—Me falta el relleno. Tomás, un rellenín.

—El cocodrilo se puede dar cuenta de nuestra presencia y meterse en el agua. Y ahí es más difícil.

—¿Dónde hay que pegarle el tiro?

—Junto al ojo. Disparo complicado.

—Tomás, otra loncha de mojamita.

—¡Pero…! —Hoos no da crédito a lo que ve.

—¿Ha dicho en el ojo?

—En el ojo. Está bien colocado.

—Pues al ojo.

Ningún riesgo, ningún peligro y ausencia de temor. Como matar a un lagarto con una escopeta de perdigones. ¡Pumba! Y el cocodrilo, que se arquea, da unos pasos hacia el agua y, cuando está a punto del baño, permite el comienzo de su agonía. Mueve la cola. Me entristece la muerte del simpático emidosaurio, de aspecto gruñón e inamistoso, pero inocente como una salamandra. De nuevo, los mokoleles corren hacia él, lo tantean con unos largos palos y, al comprobar su muerte, nos hacen muy efusivas señales. Hoos me da la enhorabuena.

—Maravilloso disparo.

—Gracias, Hoos. Usted me dijo en el ojo, y yo apunté al ojo. Nada complicado. ¿Sería muy difícil matar algún animal peligroso? Porque el león, el leopardo, el hipopótamo y el cocodrilo se han comportado con una educación pasmosa. Aquí le echan ustedes mucho cuento al asunto. ¿Verdad, Tomás?

—Y que lo diga, señor marqués.

—Hoos, ustedes se han montado aquí un chiringuito de lo más decepcionante.

—Es que usted dispara muy bien.

—No le quepa duda. Pero vuelvo al chiringuito. He leído a todos los escritores de safaris. A Lake, a Galvao, Cabral, Pratas, Hohenlohe, Sánchez-Ariño, Urquijo, Mandas, Scala, Medinaceli, Alba, Laula, Medem, Stanley, Gómez de la Granja, Fenikovy, Bartle Bull, Foá… y mentira podrida. Los campamentos son cómodos y limpios, no se suda, no hay mosquitos, los nativos son cultos y educados, y los animales, monjas de la caridad. Entre todos han creado un mito, una quimera de peligro y hazaña, cuando en realidad esto parece una guardería de animales tontos.

—Usted ha tenido suerte.

—Ni suerte ni vainas.



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